sábado, 15 de septiembre de 2007

COLOMBIA: El dulce anonimato

María Antonia García

Que Internet no sea refugio para agresiones, sino para el debate limpio.

Daniel Samper Pizano y Óscar Collazos se hartaron de que una manada de anónimos los amenazara de muerte en Internet. Y no es para menos. Los niveles de agresividad que permite el anonimato en la red no tienen nada que ver con ese debate ideal entre un columnista y los lectores. O entre un blogger y sus lectores.

Lo que está pasando con los comentarios de los lectores linda con un linchamiento de seres sin rostro que lanzan patadas, protegidos por un apodo. Algunos columnistas le restan importancia a la sarta de improperios, como si el deber de responsabilizarse de sus opiniones recayera solo sobre los columnistas, mientras que los lectores insultan y agreden en la más abierta impunidad.
Protegidos, claro, por el dulce anonimato. Unos con nombre falso, otros con su nombre real.

Este desbalance está lejos de la 'democracia participativa' que creen proporcionar los medios virtuales. Se trata más de un espacio inequitativo, que fomenta el vandalismo, la agresividad y el ataque sistemático. No se atacan los argumentos sino que se busca despedazar moralmente al opositor, a ese columnista que sí debe dar la cara.

No se trata, claro, de un propósito deliberado de los medios.
Estamos pagando la primiparada de interactuar en una realidad paralela, que todavía nos es ajena. En la que todavía nos movemos con la torpeza de quien recorre, por primera vez, un territorio desconocido. Por esta razón, es imperativo establecer reglas para que los que revelan su identidad cuenten con las mismas garantías que aquellos que se escudan en un nickname, como si fuera un pasamontañas. No se los ve, solo se sabe que alguien detrás de los comentarios quiso atacar de la manera más violenta posible lo que permite un medio virtual: las palabras.

Cualquiera diría que las palabras no son nada, que con palabras no puede disparársele a nadie y que las palabras no pueden acabar con una vida como lo hace un puñal. Sin embargo, la ley prevé el peligro que pueden significar las palabras, pues ellas pueden configurar una amenaza de muerte, hacer parte de un fraude, vulnerar la honra y el buen nombre de otra persona.

Pueden, también, invitar a acabar con una vida, como ocurrió con las amenazas a Collazos. Las inocentes y simples palabras no lo son. Por esto, es hora de que existan regulaciones más estrictas en espacios en los que reemplazan de manera aterradora el arma física empuñada contra otra persona. Sería absurdo frenar las dinámicas naturales de Internet y anular herramientas tan útiles como los foros y los debates. Pero es vital poner a raya a estos individuos anónimos, que se escudan en las sombras para sabotear y agredir. Nada positivo puede derivar de un debate político cuyo sostén es la vil amenaza y el ataque -a la persona y a sus allegados- y que olvida el propósito principal: un intercambio de ideas sano y necesario.

En este nuevo espacio, el de Internet, deberían aplicarse los mismos filtros que en el espacio impreso: solo aquellos usuarios cuya identidad pueda comprobarse deben opinar. De poco sirve que 300 personas comenten una columna si 200 de ellas irrespetan las normas básicas del debate. Vale recordar los debates en persona, en los que es tan indispensable un moderador como lo son quienes opinan. Y basta que alguno se pase de tono para que se le quite la palabra de inmediato.

Como de igualdad de condiciones se trata, también debe ser obligatorio para los columnistas -y para los bloggers- respetar a sus opositores y no escudarse en referencias vagas y apodos cuando se refieren a un contradictor.

Que Internet no sea refugio para agresiones anónimas, sino para la controversia limpia, con nombres y apellidos. Y esta no es tarea de los miembros de la red, sino de los portales que ofrecen estos espacios.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3723278.html

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